Mis visitas

dimecres, 20 de març del 2013


Capítulo 4: Radji

 “Me conoces. Me has visto. Y yo también a ti, por supuesto. Mira, preciosa, me lo he pensado mejor. Me caes bien. No te mataré. Esperaré. Porque sé que eres una buena persona, y que me salvarás.”
Cuando entré a la casa, Fauro continuaba sentado, bebiendo aquel té verdoso humeante. Durante unos instantes, me pareció que sus greñas blancas habían crecido.
-Fauro, ¿qué me ofreces para desayunar?
-¡Oh! –se levantó, contento como unas pascuas- Creo que ya te he dado elección, antes. Pero te lo repetiré encantado. Es más, alargaré la carta. Tengo mermelada de melocotón. De fresas. De moras. De frambuesas. De dátiles. De limón. De naranja. De mandarinas. De cerezas. De uvas. Uf… si te dijera todos los sabores… Mañana todavía iría por la mitad. ¿Quieres pan? Tengo pan blanco y moreno. Pero no te puedo ofrecer muchas variedades más. ¿Leche? ¿Quieres leche? ¡Uy, leche! Fría, tibia, caliente, ardiendo, congelada, con cacao, sola, con canela, con azúcar, con sal… No. Definitivamente, con sal no. Ni de coña. Te morirías. Del asco. Por Dios. Yo también me moriría. Del asco. Pero, ¿de verdad quieres leche? Yo prefiero las infusiones. Las tengo de muchos colores…
-Pan blanco con mermelada de frambuesas y un vaso de leche tibia con canela –dije, sonriente, para que callase de una vez, ya que me estaba dejando frita con su discursito.
Se levantó lentamente y comenzó a prepararme el desayuno. Se oyeron unos pasos, giré la cabeza y vi que Rélika entraba al comedor, frotándose los ojos y dándole la mano a Byok, que me sonrió.
Rélika se sentó a mi lado y Byok daba vueltas por la salita. Entonces entró Uriel, y todo fue muy raro. Rélika gritó su nombre, eufórica, y corrió hacia él. Sonreía como una tonta.
-¡Uriel! ¡Ostras! ¡Si hasta me sigues!
Trató de abrazarlo, pero él supo apartarse disimuladamente.
-Rélika… ¿qué haces aquí? –preguntó él, con los ojos muy abiertos y cara de preocupación.
-Más bien dicho, ¿qué haces, tú, aquí? –sonreía, burlona- ¡Me has seguido! Veo que te gustó cuando…
-¡No! –gritó, alarmado, y su grito resonó por toda la casa. Igualmente, Fauro ni se inmutó- No me lo recuerdes. No me gustó. Fue todo culpa tuya. Espero que no se repita. Y, sobretodo, ignórame.
Soltó un suspiro de resignación y se sentó al taburete de mi lado. Me susurró a la oreja si de verdad era amiga de aquella payasa loca.
-¿La conoces? –respondí en voz baja.
-Prefiero no contártelo.
Giró la mirada e ignoraba las preguntas insistentes que Rélika formulaba todo el rato. Fauro me dio el desayuno y les preguntó a los recién levantados que qué querían para comer.
-Yo quiero leche –dijo Byok, aún sentado y sin entender nada de lo que acababa de pasar-. Fría. Con chocolate. Y también quiero… un poco de queso.
-A mí con un vaso de agua y un poco de pan con mantequilla me va bien, gracias –dijo Rélika, que aún trataba de hablar con Uriel, pensando que el hecho de que la ignorase era un juego.
-Ahora mismo –dijo el abuelo, y lo comenzó a preparar con calma.
Me fijé en Uriel. Tenía cara de enfadado, y resoplaba cada vez que Rélika abría la boca para hablar con él. ¿De qué se debían conocer? Todo aquello era muy extraño. Recordaba que Uriel me había contado que los dueños de la posada eran amigos suyos, y éstos son sus padres. Descubrí de qué se conocían, pero aún no sabía por qué él estaba tan molesto desde que la había visto.
Fauro les sirvió el desayuno mientras Uriel se levantaba, se preparaba una infusión de color lila y se la bebía de un sorbo. Después comenzó a andar hacia la puerta, supongo que debía ir al establo, pero su abuelo lo aturó diciendo su nombre.
-¿Adónde vas, tú? ¿Que no desayunas?
-Ya me he tomado una infusión –dijo, con una voz crispada y cortante.
-Con una infusión no vas a ningún sitio. Esto no es un desayuno. Anda, siéntate, y te prepararé rebanadas de pan con mermelada de melocotón y queso, aquellas que tanto te gusta que te haga.
-Tú también te tomas una infusión por la mañana, yayo. ¿Por qué no puedo hacer como tú? –todo esto lo decía sin girarse y mirarlo.
-Pero yo soy un abuelo roñoso y desgastado. Qué importa si como o no, si moriré pronto. Si lo único que hago es quedarme en casa, o salir al jardín a meditar un rato. En cambio, tú vas a caballo, y necesitas que estos huesos tan fuertes que tienes no se te rompan y puedas continuar enamorando a tantas chicas. Porque si te quedas hecho un fideo, serás feo, y ¡uy si eres feo! Las chicas te odiarán. Ya te lo digo yo. Es triste, pero lo único que les interesa es el físico. Ya podrías ser un imbécil y no saber lo que es el sol, pero mientras seas tan guapo como ahora, las mujeres te saldrán por las orejas. Anda, niño, siéntate. Siéntate de una vez. Ahora te prepararé unas rebanadas tan ricas que te lamerás los dedos.
Al final, convencido, se giró y volvió a sentarse, esta vez en otro taburete porque Rélika le había quitado el sitio. Fauro le untó queso y mermelada de melocotón a tres rebanadas de pan blanco de la mida de la palma de su mano y se las dio, satisfecho de haberlo convencido.
Él se las comía con desgana, y ponía cara de rabia. Parecía que quisiera pegar a Rélika, porque ésta no se callaba. Si yo hubiese sido él, le tiraba una sartén metálica a la cabeza y la dejaba atontada. La verdad es que también me estaba hartando de su voz.
-Uriel, ¿tienes novia? Uriel, ¿me quieres dar un beso? Uriel, ¿cuántos años tienes? Uriel, ¿por qué me sigues? Uriel, ¿me quieres? Uriel, ¿has besado jamás a una chica? No, ¿verdad? ¿Puedo ser la primera? Uriel, ¿puedo serlo?
Y él la ignoraba.
No entendía cómo podía tener tanta paciencia y aún no le había pegado un buen tortazo.
Supongo que era una buena persona y sabía aguantarse. Yo no hubiese sido capaz de soportarla un segundo más.
Uriel acabó de desayunar y, después de coger nuestras cosas para el viaje, salimos afuera. Rélika insistió tanto que tuve que pedirle a Uriel que fuesen juntos con Rayo, y que Byok y yo iríamos con Perla. Al principio me dijo que no, pero después dijo que yo era tan guapa que me haría caso, aunque estaba bastante molesto con sí mismo y con la del pelo anaranjado.
-Oh, Uriel, ¿iré contigo? ¡Qué bien! Podré oler tu magnífica fragancia, podré… ¡podré! Te podré agarrar por atrás, rodearte la cadera como si fuésemos pareja… ¡Oh, sí, lo podré hacer! ¡Por fin! Es lo que he soñado durante mucho tiempo…
Creo que Uriel tenía ganas de matar a alguien, por la cara que hacía. Pero se controló. Ayudó a Rélika a subir al caballo y vino hacia mí para ayudar-nos a subir sobre la yegua, pero yo rehusé la oferta.
-¿Has montado alguna vez a caballo? –me preguntó, algo sorprendido.
-¡Claro! –me limité a decir, aunque en realidad era una larga historia por explicar.
¡Claro, que sabía montar a caballo! Yo no había sido hija de unos caballeros al servicio del reino de Finayel en vano. Subí a Byok delante, para que no cayera para atrás, y yo me puse detrás de él, cogiendo las riendas de la yegua.
Antes de que marchásemos, Fauro nos dio a cada uno una bolsita de ropa con una botellita de agua, quesitos pequeños de bola, trozos de pan moreno y un bote de mermelada de frambuesas. Se despidió dándonos una bendición en nombre del Dios del Sol y la Luz y entró a la casa, lentamente, sin mirar atrás.
Me fijé en que una lágrima resbalaba por el rostro de Uriel, pero enseguida se la secó con un gesto casi imperceptible.
-Bueno, Lymra –dijo, disimulando su tristeza y haciéndose el duro de moler-. Tú dirás. Hay dos opciones. Delino está a unas horitas de aquí. Podemos ir con tranquilidad, pararnos a comer por el bosque y después llegar a Delino por la tarde, o podemos ir al galope, llegar al pueblo antes de comer y dejar que nuestros caballos descansen mientras nos aturamos en alguna posada de por ahí y comemos algo. Tú eliges, eres tú el motivo de este viaje.
Me decanté por la primera opción, porque cuanto más rápido llegara a mi destinación, mejor. Así que comenzamos a galopar. Rayo era más rápido, pero Perla ejecutaba sus movimientos con mucha más elegancia.
Nos paramos delante de una fuente para que los caballos descansaran y después continuamos el viaje. Unos treinta y cinco minutos después, llegamos.
Eran unas granjas y casas de campesinos en tierras llanas y campos de conreo. Era un pueblo tranquilo, y el único ruido que había era el que hacían los pájaros al piar.
Cabalgamos, ahora más lentamente, hacia una pequeña posada. Atamos a los caballos afuera y entramos. Era un sitio cálido y acogedor. Había muchas ventanas, así el dueño no tenía que encender antorchas durante la mañana.
Cuando entramos, todo fue muy raro. Detrás de la barra, en vez de haber un adulto, había un chico joven, como de mi edad. Byok, muy contento, corrió hacia él como si lo conociera de toda la vida y se le saltó al cuello. El chico reía mucho y no paraba de repetir el nombre del niño. Lo más extraño fue que Uriel también lo saludó de manera amistosa.
-¡Es mi hermano Folk! –gritó Byok, alegrado.
Entonces caí. No era normal, sino, que hubiese corrido hacia él y se le hubiera lanzado al cuello. Lo que no sabía era de qué se conocían Folk y Uriel.
-Folk y yo –dijo Uriel, respondiendo mis dudas- somos amigos. Siempre vengo aquí a comprarle comida a Belk.
Se saludaron con un simpático abrazo y Folk nos pidió que nos sentáramos. Comenzaron a charlar con Uriel sobre la vida, mientras le acariciaba el cabello a Byok. Me fijé en el aspecto de Folk; cabellos cortos y negros con un pequeño tupé, bien peinados, los ojos azul cielo y profundos como el océano, con una pequeña luz dorada que le envolvía las pupilas, una piel morena, como si siempre estuviese expuesta al sol, y una sonrisa siempre prensada en su cara.
También llegué a la conclusión de que los dos hermanos no se parecían para nada en cuestión de ojos. Puede que un poco en la sonrisa, pero no en mucho más.
Nos invitó a un plato de judías y lentejas y a un cocido con guisantes para lamerse los dedos. Me quedé llena, y creo que Rélika también, pero aún quería hincharse más de comida.
-Rélika, ya basta –le dije-. Podrías sufrir un empache.
-Vale, sólo el postre y listo.
Y, sin pensárselo dos veces, levantó la mano y le pidió la carta de postres a Folk, que se la trajo enseguida. Sus ojos amarillentos leyeron la carta entera en menos de cinco segundos y se decantó por un sorbete de limón y chocolate.
Después que Folk le trajera el postre, se fue a un sótano y volvió con una lira. Contento, comenzó a tocar música, canciones groseras del pueblo pero que tenían letras divertidas y eran animadas. Todos golpeábamos la mesa al ritmo de las canciones, y Byok de levantaba y saltaba y cantaba con su hermano.
No se parecían físicamente, pero tenían una chispa brillante en los ojos que los caracterizaba.
Cuando el cancionero de Folk finalizó y ya no sabía qué más cantar, Uriel, Rélika y yo nos levantamos, dispuestos a irnos y continuar nuestro viaje, ya que no nos podíamos quedar allí mucho rato aunque nos lo estábamos pasando bien.
-Byok... –me acerqué a él, al ver que no nos seguía- Tienes que decirme dónde está tu madre. Me dijiste que ella me llevaría a Dernia. Espero que seas de confianza y no me hayas mentido...
-No sé dónde está mamá. Folk, ¿dónde está mamá? –miró a su hermano.
-Mamá no está, Byok... Se ha ido. Pero no sufras, pronto volverá.
-Byok, me dijiste que me llevaría... –giré la mirada- Además, Uriel ya no nos puede guiar a Rélika y a mí porque tiene que volver con Fauro. Necesito a tu madre, ella me puede ayudar.
-Lo siento, Lymra –dijo Folk comprensivo. Se acercó a mí y me tocó el hombro, pero yo me aparté lentamente-. Ya te he dicho que mi madre no está. Se marchó hace unos días, justamente a Dernia, a hacer unos encargos.
-Y... ¿cuándo crees que volverá?
-No tengo ni idea. Se va muy a menudo. A veces vuelve el día siguiente, a veces tarda meses, alguna vez ha llegado a tardar un año. Nunca se sabe cuánto durarán sus viajes. ¿Adónde queréis ir, por cierto?
-Queremos ir a Dernia. Pensábamos que tu madre nos llevaría, pero da igual. Ya nos las apañaremos.
-Puedo... ¿venir con vosotros? –preguntó Folk, y los ojos le brillaban intensamente.
-Me gustaría acompañaros –comentó Uriel-. Pero tengo que irme. No puedo dejar solo a mi abuelo, y también tengo que llevar la comida para el perro. Lo siento mucho, enserio... Me llevaré a Rayo, pero os podéis llevar a Perla... Aunque tampoco os servirá de mucho, ya que no cabéis todos cuatro, ¿no?
-¡No te preocupes! –hizo Folk, simpático- Hay un amigo del pueblo, Radji, que se encargará de la posada. Seguro que conoce a tu abuelo, ya que conoce a toda la gente que vive en el pueblo o por los alrededores, y puede traerle la comida para el perro y visitarlo cuando sea. También nos puede dejar unos carromatos, así no tendremos que cabalgar ni nada de eso…
Todos nos callamos, pensando esta posibilidad de llevarnos a Folk y dejar la posada, a Fauro y a Belk a manos de Radji, el amigo del pueblo. A mí no me parecía mala idea, francamente. Y, no sabía por qué, quería que Folk viniese con nosotros. Me hacía mucha ilusión.
-¡Qué bien! –exclamó Rélika, feliz- ¡Otro más en la pandilla! Así, si tenemos que luchar contra alguien, ¡tú nos podrás ayudar!
-Está bien –dijo Uriel, ignorando las tonterías que decía Rélika-. Por mí perfecto. Eres un buen amigo. Será divertido, que vengas.
Me pareció ver una alegría infinita en los ojos azules de Folk al oír el comentario de Uriel. Puede que solo me lo pareciese, ya que enseguida volvió su brillo habitual.
No dudamos, que nos esperamos a que Folk fuese a la casa de Radji. Se llevó a Byok, ya que también lo conocía y estarían muy contentos de verse.
Cuando vino a la posada, vi que era un hombre de aspecto dejado; la ropa la vestía sucia de barro y los pantalones desarrapados que le llegaban a los tobillos, el pelo negro y canoso recogido en una pequeña coleta y una barba de unos cuantos días también llena de canas.
-¡Hey! Soy Radji. Seguro que Folk ya os habrá hablado sobre mí –sonrió, y le frotó la cabellera al recién mencionado-. No os preocupéis por vuestro viaje… Yo me ocuparé de la posada, del señor Fauro y de su perro. Cuando Folk y Reymi no están, yo siempre estoy dispuesto a ayudar.
Así que la madre de Byok se llamaba Reymi… Otra cosa más que se me quedaba en la mente.
Le dimos las gracias de todo corazón como un millón de veces y, después que nos dejase un carromato un poco polvoroso pero suficientemente fuerte para aguantar nuestro peso, atamos los caballos y empezó nuestro viaje.

divendres, 22 de febrer del 2013


Capítulo 3: Uriel y Rélika

 “Hola, preciosa. Por fin duermes. Por fin no te enteras de nada. Por fin podrás ayudarme, sin prejuicios, y...”
Aquella noche, mientras soñaba, un hombre con una sonrisa fúnebre y unos dientes afilados me dijeron esta extraña frase, y me desperté de repente. Respiraba aceleradamente, jadeaba. Giré la mirada, y suspiré de alivio al ver que Byok continuaba durmiendo, a mi lado.
El color azul del cielo aún era tenue, y el sol no se había mostrado del todo. Me levanté y bajé unos pocos escalones de las escaleras. Saqué la cabeza y vi que había gente desayunando y los padres de Rélika trabajando detrás de la barra.
Volví a la buhardilla. No sabía cómo podíamos salir sin que nos viese nadie, ya que si los dueños de la posada nos pillaban nos harían pagar una buena multa o nos podrían penalizar con torturas o llevarnos a la cárcel de Dernia.
Sí, mi objetivo era llegar a Dernia, pero no de aquella forma. Le acaricié el pelo a Byok y le susurré al oído para que se despertase.
-Buenos días, pequeño. Levántate ya. Tenemos que irnos.
Abrió sus ojitos lentamente y, al verme, sonrió, aún medio adormilado. Se sentó y me miró, intrigado.
-¿Dónde estamos?
-¿Recuerdas que ayer nos paramos en una posada? No me encontrabas, y le dijiste al encargado que no tenías sitio donde dormir. Él te dio esta manta y dejó que pasaras la noche en la buhardilla.
-¿Dónde estabas, ayer?
Su pregunta me sorprendió. Pensaba que, como sólo era un niño pequeño, no le importaría dónde me había metido la noche anterior y me haría caso en lo que le pidiese.
-Tuve unos problemas…
Mi argumento no lo convencía. Puso cara de malos amigos, y cruzó sus brazos, con gesto de incredulidad.
-Lo siento, Byok. Siento haberte dejado solo. Busqué a una persona importante, y después bebí demasiado de una botella de ravish.
-Papá bebía el ravish ése y vomitaba siempre.
Parecía que le hubiese sacado la importancia de golpe. Fingí una carcajada, y él me siguió el rollo y se puso a reír. Enseñaba sus pequeños dientes blancos y cerraba ligeramente aquellos ojitos llenos de dulce inocencia. Ya se había olvidado de mi negligencia, o al menos eso parecía, y lo abracé y lo cogí en brazos.
Antes de bajar las escaleras, miré un punto fijo de la pared, y abrí los ojos lo máximo que pude. Los mantenía abiertos, evitaba pestañear. Se me iban enrojeciendo y me picaban. Tenía la necesidad de cerrarlos, pero no podía. Tenía que conseguirlo.
Entonces, por fin, una lágrima cristalina me salió del lóbulo y me descendió lentamente por la mejilla izquierda. El otro ojo no se pudo resistir, que dejó caer otra.
Era perfecto. Con aquellas lágrimas de cocodrilo y unos conocimientos básicos de interpretación, podía fingir que estaba muy triste y lloraba a lágrima viva.
Bajé las escaleras a pinitos, intentando no tropezar gracias al peso extra del cuerpo de Byok, que precisamente no pesaba poco. La taberna estaba llena de gente. Todos se levantaban temprano y desayunaban con tranquilidad. Los padres de Rélika estaban a la barra, limpiando vasos y platos. A veces, la mujer se adentraba a la cocina para preparar los desayunos. Ante la mirada expectante de toda la gente, cabalgué ridículamente y a punto de caerme patéticamente al suelo hacia la barra. El hombre me miró, sorprendido. También parecía disgustado, y eso me hizo recorrer un escalofrío por la espalda.
-Señor… siento mucho lo que he hecho. Sé que no me tendría que haber aprovechado de la situación y quedarme a dormir a la buhardilla con el pobre niño, pero es que no lo quería dejar solo… Es mi hermanito pequeño –mentía descaradamente, con una voz encogida y entrecortada, y me iban cayendo poco a poco unas lágrimas más falsas que mi actuación de niña pobre-. No tenemos dinero. Queremos ir a Dernia. Me he traído unos cuantos… objetos de valor. Para venderlos. Y no lo podía dejar solo… Sólo tiene siete años. Nuestros padres son muertos, y…
-Cállate –hizo que mi boca se cerrara instantáneamente al hacer un gesto similar al de cuando se termina un concierto y el director ordena a los músicos que hagan callar los instrumentos-. No digas nada más. Dame todo el dinero que lleves encima y podréis marcharos sin problemas. Eso sí, no volveréis a entrar nunca más a la posada, ni haréis el intento.
Traté de agradecerle lo que acababa de hacer, pero no permitió que abriese la boca haciendo otro gesto de director de orquesta. Saqué todas las monedas de cobre y bronce que fingía que llevaba encima, ante la decepción del hostalero. Se me dibujó una pequeña sonrisa y, caminando lentamente y en silencio, me acerqué a la puerta. Dejé a Byok al suelo para que caminara, y le di la mano.
Salimos del hostal y cerré la puerta. Le solté la mano y comenzamos a andar un poco, aunque yo estaba bastante decepcionada por no haber tenido éxito en la busca de Carfel.
De repente, mientras andábamos, la puerta de la posada se abrió. Una cabellera anaranjada y una expresión facial pasiva se acercaba hacia nosotros. Cuando estuvo delante nuestro, Rélika soltó tal carcajada que parecía que se le hubiese taponado la nariz y tratase de respirar.
-¿Adónde vais, Lymra? –sonreía mostrando sus dientes torcidos. Movió la cabeza, porque su flequillo mal cortado no le tapase los ojos amarillentos.
-A Dernia. ¿Qué haces aquí, Rélika?
-¿De veras vas a Dernia? ¡Ostras! Quiero venir contigo. Por favor. Hace tiempo que lo deseo.
-¿Deseas ir a Dernia?
-No, mujer. Deseo escapar de esta maldita posada. Estoy hasta de lo que no suena.
-Pero ¿no es tu casa?
-Por eso lo digo.
Decidí no decirle nada más, y continué caminando. Byok y Rélika me seguían como perritos y tenían una estúpida conversación que no llegaba a ningún sitio.
Caminamos durante toda la mañana y nos paramos a la orilla de un riachuelo. Bebimos un poco de agua, y nos quedamos allí durante el mediodía para descansar y comer un poco.
Cuando el sol ya no iluminaba tan fuertemente, nos levantamos para continuar el viaje. De lejos, pero, apareció una persona. Un anciano. Tenía el pelo blanco que le llegaban a los hombros y se había dejado crecer un bigote ondulado. Nos saludó y parecía muy contento. Rélika me susurró que huyéramos, pero a mí me daba pena ser tan desconsiderados, así que ni me moví.
-Hola, majos. ¿Qué hacéis, aquí? Os recomiendo que no permanezcáis aquí mucho rato. Este sitio es peligroso. Del riachuelo salen animales con los dientes afilados como hachas, que tienen pinchos venenosos y que escupen vino de ravish. ¿Enserio queréis correr el riesgo de quedaros aquí? Además, estos animales no sólo nadan, sino que también se arrastran por el suelo, como serpientes.
-Disculpe, buen hombre –dije, fingiendo una sonrisa amable-. Nosotros ahora partíamos y nos hemos quedado un rato para descansar y comer alguna cosa.
-No me digas que habéis bebido agua del riachuelo.
-Pues sí, viejo raquítico, ¿algún problema? ¿Podemos continuar nuestro camino sin que usted nos moleste? –dijo Rélika, irritada.
-¡Muy mal, chiquillos! En breves momentos notaréis un dolor de barriga y de cabeza terribles y os saldrán granitos rojos como la sangre. Pero no sufráis. Si venís a mi casa, os cuidaré como príncipes, y hasta la nobleza de Finayel os tendrá envidia.
-Me imagino que usted es un lunático –Rélika ya no podía más-. ¡Déjenos tranquilos, hombre! Que usted lo único que quiere es que no vayamos a Dernia. Basta ya de molestarnos. No me creo esta parafernalia del agua envenenada ni de los animales que escupen ravish. No somos de este tipo de personas estúpidas y crédulas.
-Pues yo me lo creo –dije, seria-. No porque no crea que está loco, sino porque el estómago me hace ruidos similares a los de los rayos y truenos. Señor, le agradeceríamos que nos llevase a su casa y nos ayudase. He sido una inmadura en no darme cuenta que el agua tenía un color raro y sabía a carbón. Mi amiga Rélika –la señalé- ha estado la más inmadura, ya que no se ha creído su convincente argumento.
-Veo que también hay jóvenes inteligentes. Anda, majos, seguidme.
Se puso delante nuestro y comenzó a caminar entre los árboles del bosque. Rélika, enfadada, me preguntó en voz baja que por qué le había hecho caso a aquel abuelo tan roñoso y hecho polvo. Yo, no le respondí. Simplemente sonreí, divertida por la situación.
Después de andar durante unos diez minutos, la cabeza estaba a punto de estallarme y una tormenta saqueaba mi vientre. Tenía ganas de vomitar, pero quería esperar a que llegásemos a la casa de aquel señor tan amable.
-Lymra… la barriga me duele… mamá me dará remedios, romero de color lila… -repetía todo el rato Byok, con una voz cansada, resoplando todo el rato.
-Tranquilo, peque –respondía yo, con una voz dulce y delicada-. En nada llegaremos a la casa de este buen hombre y nos darán unos remedios quizá mejores que los de tu madre.
Andamos un poco más y nos paramos delante de una pequeña casa con jardín. Atado a un palo de madera con una soga, había un perro con el pelo de color marrón que ladraba, muy nervioso. Seguramente lo habían atado a la fuerza y él estaba ansioso por escapar de allí.
-Basta, Belk, basta. ¡Basta! Ya te he dado suficientes salchichas, hoy. No necesitas más. Por la noche te traeré agua y mañana más comida. No seas impaciente.
-Discúlpeme –dijo Rélika, que ya no estaba enfadada-. ¿Por qué tiene al perro atado? Es normal que esté nervioso. Tendría que desatarlo y dejarlo jugar, porque…
-No, eso nunca –de repente, la cara del anciano se oscureció. Parecía que la pobre Rélika hubiese invocado al Dios de las sombras, por la cara de enfurecido que hacía él-. Si lo soltara… ¡ay, si lo soltara! Correría como el animal feroz y salvaje que es, iría a los pueblos y ciudades y mordería a todo el que pasara por sus alrededores, escamparía la rabia. Es un perro enfermizo, y le queda poco tiempo de vida. Por eso nunca lo desato. Lo cuido, pero bien atado porque no escape. Es mejor eso que dejarlo morir.
Algo sorprendida por aquella respuesta, la boca se le cerró de golpe. No articuló otra palabra.
El señor nos preparó tres sábanas para que pudiésemos dormir en una habitación donde hacía mucho calor.
-Por cierto, majos. Me llamo Fauro. Podéis llamarme yayo, como si fueseis mis nietos. De veras que no me importa si lo hacéis.
Nos trajo unos cuencos de sopa con hierbas medicinales y pan caliente. Nos trajo también un trapo mojado a cada uno para que nos lo pusiésemos en la cabeza, cerró la puerta y nos dejó porque durmiésemos unas horitas.
Cada vez me sentía peor. Parecía que alguien utilizase mi cabeza como si fuera un tambor. La tormenta de mi estómago era impresionante. Tenía la sensación de que alguien me había cogido y me había hecho girar el cuerpo como una peonza.
Me levanté un par de veces para vomitar en el jardín. Me arrepentí, me sentía mal por Fauro, pero él mismo me dijo que no era ningún problema y que ya lo limpiaría. Byok gritaba y cantaba una canción insoportable y sin ningún argumento lógico. El problema añadido era que Rélika se agregaba en su concierto, cantaba como un cerdo al que lo estaban torturando.
Era horrible, y sus chillidos y canciones hacían que mi cabeza fuese a mil por hora y no pudiese conciliar el sueño. Después, pero, se dejaron consumir por el virus poco a poco y, finalmente, se durmieron.
Dormimos horas y horas, durante toda la tarde y noche. A la mañana siguiente, abrí los ojos, y me sentí fresca como una rosa. Rélika y Byok aún dormían, plácidos, como si nunca hubiesen vivido despiertos.
Me levanté, estiré los brazos para acabar de desvelarme y salí de la habitación. Fui a una pequeña sala, donde olía muy bien, a flor aromática. Sentado delante de una mesa de mármol estaba Fauro, bebiendo de una taza un té verdoso.
-Hola, bonita –dijo el anciano, sin levantar la mirada de la taza-. ¿Has dormido bien? ¿Han dado resultado mis remedios caseros? Espero que sí. Siempre me esfuerzo mucho en prepararlos. Si quieres, puedes salir afuera a tomar el aire. Pero, si quieres, puedes quedarte aquí, si tienes mucha hambre. Tengo de todo. Leche. Pan. Queso. Más queso. Más pan. Infusiones de todo tipo. Judías. Pero las judías, para desayunar… También tengo mermeladas. Hechas por mi nieto. Un chico precioso, que galopa a caballo cada día únicamente para hacer deporte. Que me cuida, que está por mí a todas horas. Que va a Delino para comprarle comida a Belk. Que…
-Un momento, Fauro. ¿Me acaba de decir que su nieto va a Delino para comprarle comida al perro?
-Exacto. Veo que no tienes problemas de oído.
Aquello en teoría era una broma, pero a mí no me hizo la más mínima gracia.
-¿Dónde está su nieto?
-Veo que te interesa. Normal. Está hecho todo un hombretón. Gusta a todas las mujeres que lo conocen. Está afuera, en el establo, con su caballo, Rayo. Tiene el pelo negro como el carbón, y la crin es blanca como la nieve fría del invierno, y…
No escuché nada más que aquello. Salí de la casa por la puerta de atrás y busqué el establo, desesperada. Cuando por fin llegué, me encontré a la persona que menos esperaba sobre aquel caballo tan precioso que Fauro había mencionado.
-¡Lymra! –dijo aquella voz tan familiar.
Uriel se bajó del caballo, sonriente. Me apretó la mano sin que le diese permiso, pero tampoco se la retiré.
-Uriel… no me esperaba encontrarte aquí. ¿Eres tú, el nieto tan perfecto de Fauro?
-Te ha dicho que soy precioso y mentiras de este tipo, ¿verdad? Está loco. No te lo creas. Pero lo quiero mucho. Y tú, ¿qué haces aquí?
-¿Iris no está contigo? –pregunté, ignorando lo que me había dicho.
-Iris y yo no salimos. Sólo nos liamos, nada más. Tampoco conozco nada de su vida. Sólo sé que vive en una casa de por aquí, pero tampoco he ido nunca. A menudo voy a la Mulsiak Laak, porque los dueños son amigos míos. Siento haberte dejado borracha ayer, Lymra. Vine aquí con Iris, para hacer cosas… privadas –me sorprendió que fuese tan directo-. No me quedé a dormir en la posada. Uf, ¡ya me gustaría hacerlo tan solo una noche! Las habitaciones son más caras que comprar un caballo como éste –señaló, orgulloso, a Rayo-. ¿Qué haces, tú, aquí?
-¡Eres charlatán como tu abuelo! –dije, y él se puso a reír- Iba rumbo a Dernia, con el niño aquel, Byok, y otra chica, una amiga mía. Resulta que, por error, ayer nos paramos a un riachuelo de por aquí y bebimos un poco de agua, que estaba contaminada.
-¡Ah, el riachuelo de Martreg! Es duro, no darse cuenta de que aquellas aguas están contaminadas. Pero, con los remedios de mi abuelo, en un día te sientes de maravilla.
-Uriel –dije, interrumpiendo sus habladurías-. Me ha sorprendido verte aquí, pero te lo pediré de todos modos. ¿Podrías llevarnos a Delino? Fauro me ha dicho que vas a menudo a comprar comida para el perro, y…
-¡Claro! –dijo, rápidamente, con una sonrisa- A parte de Rayo, tengo una yegua, Perla. Es un sol. Tu amiga y el niño pueden ir con ella y tú y yo con Rayo. Por mí ningún problema. Es más, sería un honor para mí llevar a una chica tan preciosa a su destinación…
Se me quedó mirando, con aquellos ojos verdes tan iluminados, y se me iba acercando lentamente para besarme. Cuando notaba su aliento y nuestros labios estaban a menos de un centímetro de distancia, me aparté y entré corriendo a la casa.
Nunca me había besado con nadie. Y no quería que la primera vez fuese de aquella manera…


dilluns, 11 de febrer del 2013


Capítulo 2: Mulsiak Laak

 “El corazón se me está helando y tengo heridas de la medida de una aceituna a las plantas de los pies. Te he tenido que seguir, pero siempre te escapas. Lástima que no te pueda tocar porque soy un simple ser incorpóreo, pero ay si pudiera… Temblarías si te atrapase, por no haberme ayudado.”
Me levanté temprano, aquel día. El sol brillaba como nunca había visto que brillase. Pero, si no hubiese sido por Byok, que me despertó completamente, habría dormido aun más, cosa que deseaba con locura.
Nos partimos unos trozos de pan, pero comimos poco, para guardar provisiones. Recogí un poco de agua y me la guardé en un pequeño cántaro de hierro oxidado.
Nos pasamos el día andando, siguiendo un camino árido. No encontrábamos nada, y me dolían los huesos de tanto movernos. Lo que más me cansaba eran las pesadas quejas e insistencias de Byok, que me decía que estaba demasiado cansado y que quería ir con su mamá y su hermano Folk. Sí, Folk, como la música del pueblo.
No muy lejos, se oía jolgorio. Nos acercamos al ruido y nos aturamos delante de una posada. Sus exteriores eran muy bellos; madera pulida de roble, una puerta pintada de color amarillo, y vitrales de colores. Arriba, había un cartel con un marco de color azul cielo, donde había escrito el nombre del hostal
Mulsiak Laak
No entendía el significado de aquellas dos palabras, pero sabía que estaban escritas en deleso. Aquello era buena señal, quería decir que estábamos cerca de Delino.
Abrí la puerta de aquella posada con sigilo, temiendo que alguien me gritara si hacía demasiado alboroto al entrar. Había pensado en entrar lentamente, teniendo tiempo a observar a toda la gente que nos rodeaba, pero Byok, con los nervios corriéndole por las venas, no pudo resistirse a hacer una entrada triunfal.
Se sentó a uno de los taburetes de delante de la barra y le pidió un vaso de leche al posadero que, con una sonrisa simpática, fue a la cocina para prepararlo.
-¿Caliente, tibia o fría? –preguntó el hombre a la lejanía.
-Fría –dijo el niño, con una voz suficiente para que el otro lo escuchara.
Mientras me acercaba a él, justo antes de sentarme a otro taburete, alguien me tocó la espalda. Me giré, y descubrí a una chica con una pinta extraña.
-Hola –hizo ella, y me alargó la mano, con una expresión facial indiferente-. Me llamo Rélika –sin que nadie le diera permiso, se sentó a mi lado-. Mis padres me pusieron este nombre, porque significa reliquia en deleso. ¿Quién eres, tú? ¿Qué haces aquí?
Hice caso omiso a sus preguntas.
-¿Hablas deleso? ¿Eres de Delino? ¿Que me podrías llevar?
Me pareció que Rélika se mosqueó un poco.
-Sí que hablo deleso, pero no vivo en Delino. Sé que está cerca de aquí, pero vivo aquí, en la posada. Mulsiak Laak, el título de la posada, significa “El lago de la música”. Mis padres son los dueños. El que le ha traído la leche a tu hermano es mi padre.
-No es mi hermano.
-Pues quién sea. ¿Quién eres, tú? ¿Qué haces, aquí? –repitió sus preguntas, remarcando el acento de interrogación con sorna.
-Mis padres y mi abuela murieron, y no me quería quedar sola, así que cogí todas las cosas de valor que pude, dinero y ropa, y emprendí un viaje hacia Dernia para vender los objetos inservibles que llevaba encima y ganarme la vida. A Byok me lo encontré al bosque, y me pidió que lo llevase con su madre y su hermano, a Delino. Me dijo que, si lo llevaba, su madre me llevaría a Dernia.
Rélika me miraba, extrañada, acabando de entender lo que le había contado. Durante aquellos momentos que el silencio nos reinaba, me fijé más en su aspecto. Tenía los ojos almendrados, de color verde amarillento, y los labios primos y secos, la cara pecosa y el cabello rizado de un color anaranjado.
Iba a responderme, pero todos callaron de repente cuando la puerta de la taberna se abrió con un pequeño chasquido. Un hombre barbudo y de pelo largo entró a la estancia con un pequeño violín castaño claro y comenzó a tocar una estridente y alegre canción con sus grandes manos.
La gente, animada, picaba con los pies al suelo y con las manos a las mesas. Había mucho ruido, pero no me molestaba. Más bien dicho, me animaba. Byok se levantó del taburete, dejando el vaso de leche medio lleno, y comenzó a saltar.
Siguió al violinista y le preguntaba cosas. El hombre lo ignoraba, pero le dedicaba una sonrisa afable.
-Es el noble Carfel, de Dernia. Viene muy a menudo a tocar, para animar a la gente de la posada. Es un violinista muy preciado, y todos le tienen mucho aprecio porque es una gran persona. Da dinero a los necesitados y te hace favores aunque no te conozca de nada.
Rélika me iba contando cosas sin importancia, pero a mí sólo se me quedó la primera frase que dijo. Alguien salió de una puerta interior de la taberna y, después que hasta el violín de Carfel callase, apareció una mujer con un arpa.
-Es mi madre –comentó Rélika, orgullosa.
Era una mujer muy hermosa. El pelo rubio como el trigo, ondulado como las olas del mar, recogido en una larga trenza que le llegaba a la cintura. Tenía una cara que provocaba armonía, te sentías en paz al solo verla sonreír. Se sentó en un pequeño sofá de terciopelo y, ante la mirada de todos, acarició las cuerdas del instrumento con los dedos, haciendo sonar unas notas que te hacían sentir como si estuvieses en el cielo.
La gente movía sus cabezas al ritmo de la música, y yo también me dejé llevar. Me giré para comentarle a Rélika que su madre tocaba muy bien, pero había desaparecido de mi vista.
Entonces volví a la realidad. Rélika me había contado que Carfel era un noble de Dernia y que era un hombre muy amable. ¡Quizás me podía llevar allí! Me levanté del taburete y registré todos los rincones de la posada, decidida a encontrarlo. Era mi esperanza, y me agarraba a ella fuertemente.
Me aparté del bullicio de gente y la música que salía del arpa se iba disipando poco a poco. Me paré delante de una puerta de madera, la cual abrí, y vi que llevaba a un patio exterior. Salí, y vi a una pareja que se estaban besando. Intenté volver a dentro sin hacer ruido y que continuasen con sus cosas, pero desafortunadamente me oyeron andando y se pararon.
Me miraron con fijeza. El chico sonrió. Pero no fue una sonrisa de querer ligar conmigo, sino de amabilidad.
-Hola, ¿quién eres? –dijo él.
-Me llamo… Lymra –dije, con un hilo de voz-. Siento molestaros. Ya me voy.
-No, tranquila –se avanzó la chica, con una mirada acusadora y una voz no muy simpática. Era una chica muy bonita, con el pelo rubio, unos ojos azules enormes como el océano y un cuerpo esbelto que debía gustar mucho a los chicos-. No molestas. Quédate. Mira cómo nos besamos, y…
-¡Iris! –gritó el chico, molesto- No seas antipática. No te preocupes, Lymra. Se enfada fácilmente. Encantado de conocerte, me llamo Uriel.
Pensaba que me pediría que me fuese, pero, en vez de eso, me alargó la mano, presentándose. Se la apreté, pero estaba un poco incómoda. La chica también me apretó la mano pero no me dijo su nombre, aunque su novio ya lo había mencionado.
-Bien, yo me voy… -dije, discretamente, caminando hacia la puerta.
-¡Ah, no, Lymra! ¡No es necesario que te vayas! Siéntate con nosotros, y contemplemos juntos la puesta del sol.
Me sorprendió que Uriel me pidiese por quedarme con ellos. Detecté la cara de resignación que Iris hizo, porque quería quedarse a solas con él, y la entendí a la perfección, aunque nunca había salido con un chico. No podía quedarme allí, aunque Uriel era muy simpático, tenía que ir a buscar a Carfel antes que se marchara.
-Gracias por la propuesta, Uriel, pero me tengo que ir. Tengo cosas que hacer, y se me hará tarde…
-Venga, mujer… No creo que llegues a tener alguna otra oportunidad de contemplar la llegada de la noche con nosotros. Además, tenemos una botella de ravish, si te apetece…
-¿Ravish? –pregunté, curiosa. Era una palabra que jamás había oído.
-Es un licor muy bueno. No tiene mucho alcohol, y tiene frutas del bosque y exóticas. Pruébalo, te gustará.
Me clavó una mirada suplicante durante unos segundos, y no me pude resistir a aquellos ojos verdes tan encendidos.
-Vale, pero sólo un vasito. Sólo me tomaré un vaso y marcharé después de daros las gracias por vuestra amabilidad.
Uriel sonrió, contento porque acepté. Como no había más vasos que los suyos, me ofreció la botella y bebí unos sorbos. Era un licor dulce, realmente bueno, y tenia ganas de beber más, pero decidí no excederme, porque sería demasiado.
Les di las gracias y les dije adiós, pero, mientras me dirigía a la puerta, no podía parar de mirar la botella medio llena de licor. No pude resistirme; como una loca, me acerqué y bebí unos cuantos sorbos más. Más bien, me terminé la botella entera.
Uriel soltó una carcajada. No se esperaba que fuese a caer en la tentación de beber más. Pero me di cuenta de que fue un error, porque un dolor de cabeza me asaltó de repente. Tuve que sentarme a una silla, porque las piernas se me movían solas y el dolor no cesaba.
-Al final te quedas, ¿eh? –oí que Uriel me preguntaba, burleta, pero no respondí.
La pareja se sentó a mi lado en dos otras sillas. Oí un leve resoplido de resignación que hizo Iris al ver que me quedaba y que su amiguito con privilegios no ponía objeción alguna.
No sé cuánto rato lo hice, pero me dormí. Sólo sé que cuando me desperté todo estaba oscuro y las sillas donde estaban sentados Iris y Uriel ahora estaban vacías. Me levanté, trastornada. Busqué la puerta de la taberna, entre la oscuridad, y no me costó mucho encontrarla, gracias a la leve luz que emitía la luna.
Sólo había un par de antorchas encendidas al interior del local. El padre de Rélika frotaba con tranquilidad la barra. No tenía ninguna prisa. Mientras me acercaba a él, percibió el ruido de mis pasos.
-Hola, lo siento mucho, pero el servicio de cocina ha cerrado hace veinte minutos. Puedes alquilar una habitación, si quieres.
Iba a responder, pero me di cuenta de que había perdido a Carfel. Pero perderlo a él no era lo más importante, sino haber perdido a Byok. ¿Dónde se había metido? No me preocupé por él desde que me había encontrado con Uriel. Los nervios me pusieron a flor de piel.
-¡Mierda! ¿Has visto un niño pequeño, de unos seis años, muy moreno de piel, y…?
-Byok, ¿aquel niño tan vivaracho? ¡Claro! Me ha dicho que no encontraba a una tal Lymra que le había prometido que lo llevaría a Delino, y que no tenía sitio dónde dormir. Así que le he dejado una manta y un colchón a la buhardilla para que pasara allí la noche. ¿Tú eres ésa tal Lymra?
-Pues… sí. ¿Aún está en la buhardilla?
-Sí.
-Ahora lo iré a ver. Por cierto, ¿el noble Carfel se ha quedado a pasar la noche aquí?
-No. El señor Carfel siempre vuelve a su palacio de Dernia. No viene cada día a visitarnos. Cuando viene, nos deleita un pequeño y precioso concierto de violín y después vuelve con sus carros a su ciudad.
Solté un suspiro de resignación.
-Gracias por la información. Me gustaría saber cuánto cuesta pasar una noche aquí.
-Pues las habitaciones más baratas ya están ocupadas, sólo nos queda una en total, y es la más cara. Cuesta cinco monedas de oro la noche.
Aquello me sorprendió. ¿Cinco monedas de oro? ¡No las tenía ni de guasa! Lo único que tenía eran penosas monedas de bronce y cobre. Le di las gracias y le dije que subía a la buhardilla para visitar a Byok.
-Que vaya bien, señorita –hizo el hombre, con una reverencia cordial.
Subí las escaleras que conducían al piso superior y vi aquel pequeño bulto que sobresalía del suelo. Me acerqué, y una sonrisa me iluminó el rostro al ver su pequeño cuerpecito acurrucado bajo una manta de color naranja.
E hice lo que no debí hacer. Me estiré allí, a su lado, y me quedé durmiendo. No podía permitirme una habitación tan cara, no obstante, tampoco podía dejar solo a Byok. El frío se me clavaba sin misericordia a los pies y las manos, pero era mejor esto que ninguna otra cosa.

dissabte, 9 de febrer del 2013

Supongo que vosotros también habréis celebrado el Carnaval. ¿Cómo os fue? Comentad. ¿Queréis segundo capítulo de la historia que colgué? Todavía no sé cómo llamarla. Opinad, y decidme títulos razonables y que valgan la pena. Sinceramente, a mí no me emociona mucho disfrazarme, así que no lo hice. Pero me gusta ver a la gente con disfraces de lo más estrafalarios, me anima un poco. Me gustaría disfrazarme para no ser tan sosainas como este año, ¿qué me recomendáis?


divendres, 8 de febrer del 2013

Acabo de comenzar a escribir en este blog. He colgado el primer capítulo de una novela que estoy empezando... Me encantaría que opinárais y que, si os gusta el blog y tal, pues lo pasárais a vuestra gente... :)

Capítulo 1: Byok

“Oh, niña, líbrame de la oscuridad. Estas tinieblas me están poniendo realmente nervioso. Tu eres la única capaz... Sálvame.”
Aquellos indescifrables suspiros fueron las últimas palabras que escuché antes de marchar de aquella fúnebre mansión. Ya hacía tiempo que mis padres murieron a causa de batallas carnales e impresionantes, pero esto ya es otra historia.
Vivía con mi abuela. Pero también murió, y me quedé sola. Y con ella también murieron aquellas deliciosas sopas con regusto de romero, su especialidad.
Así que cogí un par de objetos de valor para vender al mercado de Dernia y también mis cuatro trapitos que cosía y descosía para utilizarlos como diferentes piezas de ropa.
Comencé a andar, pero no sabía donde ir. No tenía un rumbo fijo. Y la cagué del todo, porque encima salí de noche. Yo, que no estaba para nada acostumbrada a los ruidos nocturnos, siempre me agachaba cuando oía el murmullo de los animalitos que hacían en los arbustos o el leve grito de los búhos encima de las ramas de los árboles.
No tardé ni dos horas, que ya me paré a una posada. Le pagué una moneda de bronce al posadero a cambio de dos comidas y una cama por una noche. La cena que me sirvió aquel buen hombre fue un plato de judías, un trozo de pan caliente, recién hecho, y un poco de queso.
El problema era la cama. Era demasiado blanda, y chirriaba de manera irritante cada vez que articulaba un mínimo movimiento.
Al amanecer ya me había levantado. El posadero me sirvió un poco más de pan y margarina y más queso. Lo devoré en un santiamén y emprendí la marcha hacia Dernia. Antes de salir de la posada, pero, le pregunté al hostalero si había alguien por allí dispuesto a llevarme en carro. Por desgracia, hacía días que nadie pasaba por allí, así que tuve que darle las gracias y continuar mi camino a pie.
Me dolían los pies, así que decidí sentarme un rato en las hojas secas y descoloridas del suelo.
Cuando me levantaba para continuar andando, oí unos murmullos que hicieron que me sentara de nuevo. Observé mis alrededores, quería que alguien saliera de su escondite y se mostrara.
Pero no era un animal feroz o una bestia descomunal de raza desconocida. Simplemente era un niño. Un mocoso de unos seis años. Y continuaba dándome miedo. Pero no era su pequeña apariencia la que me asustaba, sino lo que decía, los gritos terribles que le salían por aquella boquita de piñón.
-Korak via lump!
No entendía nada de lo que decía, pero me ponía la piel de gallina. Parecía el idioma de Delino, pero sus facciones denotaban que era del sur. Tenía el pelo marrón, los labios gruesos y muy carnosos para ser un niño tan pequeño, la piel tostada y los ojos oscuros como la noche.
Delicadamente, lo agarré por el brazo y lo acerqué a mí. No paraba de repetir aquella maldita frase la cual no era capaz de descifrar el significado, i aquello me ponía realmente nerviosa.
-Hola, guapo. ¿Cómo te llamas? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Repitió por última vez la frase. Después cerró los ojos durante un instante y, cuando los abrió, me miró, con cara de asustado. Se movió un poco para apartar-se de mí, pero yo cada vez le apretaba más fuerte el brazo.
-¿Quién eres? Suéltame. ¿Y mamá?
-¿Qué estabas diciendo, hace nada?
-¿Cuándo?
-Hablabas en deleso, creo. Todo el rato decías una cosa así: corag bi lum? ¿Me equivoco?
-Yo no he dicho nada.
-Sí que lo has dicho. ¿Cómo te llamas?
-Byok. Y tengo siete años.
-Byok, trata de recordar lo que estabas diciendo. Seguro que es importante… Estabas rogando algo. Parecías desesperado.
-¡Que no he dicho nada! ¿Quién eres tú? Mamá siempre me dice que no vaya con desconocido, ¡y menos si llevan bolsas grandes! ¡Suéltame, quiero volver a casa!
-¡No te haré nada! ¡Me llamo Lymra! Quiero ir a Dernia y quedarme. Vivía en una mansión, cerca de aquí, con mi abuela, pero murió, y no me gusta quedarme allí sola, es espantoso. ¿Sabes cómo ir, a Dernia?
-Mamá está en Delino, y yo me he perdido.
-Sabía que hablabas en deleso. Dernia está cerca de Delino. Quizás sabrías cómo ir…
-¡No!
Pensaba que se iría, pero, en vez de eso, se sentó a mi lado, con los brazos cruzados. Se puso de morros, pero no paraba de echarme miraditas, para que le pidiera perdón por mi insistencia y lo llevara a su pueblo.
-Puedo llevarte con tu madre si después me ayudáis a ir a Dernia.
Una sonrisa le iluminó la cara. Se levantó de golpe y comenzó a dar brincos y a observar con inocencia los pájaros que piaban y volaban de una rama a otra.
Preferí quedarme detrás suyo, para cubrirle las espaldas. Tenía que protegerlo. Pasaron muchas horas, y sólo habíamos travesado un pequeño tramo del bosque. Teníamos mucha hambre. Determiné, por la luz del sol, que debían de ser las dos del mediodía. Le dije a Byok que se sentara encima de una roca o al suelo mismo y me alejé un poco de él, dispuesta a recolectar algunas plantas o bayas que hubiese.
Como no había nada por ahí, decidí utilizar una de las provisiones que había robado en la posada. Sí, esto no lo he contado. Durante aquella misma noche, la cama chirriaba tanto que solo pude dormir un par de horas, así que aproveché que el posadero roncaba en su cuarto para coger pan, queso y trozos de carne sin hacer.
Suponía que la carne debía de ser de conejo o de un zorro. Había llegado a aquella conclusión por el olor y su estética.
Cogí unos cuantos troncos para calar fuego y, mientras éste crepaba con violencia, le acerqué un trozo de conejo/zorro para que se hiciera un poco. Cuando parecía que estaba mínimamente hecho, lo corté a trocitos y le di un par a Byok, que se lo zampó en menos que canta un gallo, hambriento.
Yo me comí un par de trozos más. Estaban repugnantes, pero el hambre me vencía. Aún no entendía cómo había podido comerme tal porquería.
No tardamos mucho en levantarnos de nuevo y continuar andando. Hacía mucho calor. Estaba completamente sudada, desde el pelo hasta los pies, y me imaginaba que Byok también, porque lo oía jadear, como si le faltase el aire.
El sol empezó a esconderse, dejando paso a la luna. Estábamos derrotados, así que nos aturamos junto a una pequeña baza de agua dulce, que nos fue de gran ayuda, porque por fin pudimos saciar nuestra sed.
Nos preparamos una especie de camas de mala calidad. Tapé a Byok con un trozo de ropa que encontré en mi saco de “cosas” y, justo cuando me iba a estirar, vi una sombra a unos cuantos metros lejos.
Apareció una chispa azulada y la sombra desapareció.


Hola. Soy una persona cualquiera. Pero eso es lo de menos. No quiero que os intereséis por quién soy, sino por... no sé, por el contenido. Pero sólo si os interesa. Si no os gusta, os vais. Pero tampoco es plan de ir criticando como gente aburrida que no tiene nada mejor que hacer. Voy a publicar varias cosas, o quizás seguramente sólo publique capítulos de algo. Sí, creo que yo tampoco tengo mucho que hacer. Me presento. 
Ya me he presentado. Tenía otro blog, pero quiero olvidarme de él. Espero que, si alguien que viene aquí me conoce, también se olvide de él.
Nada más. Ahora a esperar. A que no llegue nadie. A que esto sea un fracaso.
Bueno, puede que llegue a tener suerte.
Deseadme suerte. La voy a necesitar.